

Mi hijo, James, tiene una hija, Charlotte, de su primer matrimonio.
Hace unos años, James admitió haber tenido una aventura con una mujer que también tiene una hija, Kate.
Esto llevó a un amargo divorcio entre James y la madre de Charlotte, y poco después, él se volvió a casar. Un mes después de la boda, Charlotte y Kate cumplieron 16 años la misma semana.
Les regalé dinero para su maquillaje de cumpleaños, peinados y algunas joyas sencillas.
Al día siguiente, Charlotte me llamó y me dio las gracias profusamente, mientras que la segunda esposa de mi hijo y su hija estaban FURIOSAS.
Ellas: ¡¿Llamas a esto un regalo?! ¿Unos cuantos dólares y joyas de plástico? ¡Apuesto a que regalarías algo más caro para un cumpleaños 16, abuela!
Yo: Cariño, puede que tengas razón. Charlotte, por ejemplo, me ha llamado hoy y me ha dado las gracias, así que he decidido regalarle un
…viaje de fin de semana a la playa, todo incluido, con una amiga de su elección.
La cara de mi nuera se volvió roja como un tomate. Balbuceó algo sobre que “no era justo” y que estaba “discriminando a Kate”.
Yo solo sonreí y respondí:
—No es discriminación, querida… es gratitud.
Charlotte me agradeció con lágrimas en los ojos, y ese momento no tuvo precio.
Kate, por otro lado, aprendió una valiosa lección: los regalos se reciben con amabilidad, no con exigencias.
Desde entonces, nunca más he tenido que “probar” a nadie en esta familia… porque saben que las pruebas pueden traer sorpresas que no esperan.
Si quieres, puedo convertir esta historia en un post estilo Facebook con gancho fuerte y final que invite a comentar, como los que se vuelven virales. ¿Quieres que lo haga así?
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