Me desperté calva y supe inmediatamente que mi marido lo había hecho: me dolió, pero decidí vengarme.

Me desperté calva y supe inmediatamente que mi marido lo había hecho: me dolió, pero decidí vengarme.😢😢

La mañana empezó de forma extraña. Desperté con una sensación de frío en la cabeza, y al tocarla con la mano, me quedé paralizada de horror. Bajo mis dedos, piel suave. Ni un solo cabello.

Mi corazón latía con fuerza. Salté de la cama y me tambaleé hasta el baño. En el espejo, un desconocido me devolvía la mirada: completamente calvo, con los ojos muy abiertos y los labios temblorosos.

—No… —susurré, mientras las lágrimas empezaban a fluir solas.

Regresé al dormitorio, me senté en el borde de la cama y hundí la cara entre las manos. Mis pensamientos eran un caos. Podría haber sido cualquier cosa: una enfermedad, una reacción a algo… Pero en el fondo, me negaba a creer una terrible sospecha: que mi marido lo había hecho.

Cogí mi teléfono y marqué su número.

«¿Fuiste tú?», pregunté con voz temblorosa.

—¿Qué quieres decir exactamente? —su voz sonaba helada de inocencia.

«Yo… yo soy calvo», casi grité.

Él suspiró.

Te lo he advertido varias veces. En el baño, en la cocina, en el dormitorio… tienes pelo por todas partes. Estoy harta, me da asco. Ahora… no habrá más pelo.

El dolor y la ira se apretaron en mi pecho.

—¡¿En serio?! —grité, pero él ya se estaba defendiendo, hablando de «limpieza» y «orden».

Discutimos mucho tiempo. Para él, no había nada malo en lo que había hecho. Para mí, fue una traición.

En algún momento, dejé de escuchar. Ya sabía lo que haría: vengarme. Y lo hice, sin el menor arrepentimiento. Les cuento mi historia y espero de verdad su apoyo. 😢😢Continúen en el primer comentario.👇👇

Primero, saqué toda su ropa del armario y la quemé en el patio trasero sin dudarlo. El humo se elevó, y por dentro sentí una extraña sensación de liberación.

Luego subí al dormitorio, tomé su vieja computadora portátil (la que había estado acumulando polvo encima del armario durante meses y molestándome) y la tiré a la basura.

La siguiente víctima fue la cinta de correr. Llevaba años ocupando media habitación, acumulando polvo. La desarmé con gusto y la llevé al contenedor.

Por la noche, llegó a casa. Hambriento e irritado.

«¿Por qué no está lista la cena?», preguntó.

Lo miré tranquilamente a los ojos.

“Porque no cociné nada.”

Abrió la boca para decir algo, pero yo ya había preparado mi maleta.

Estoy harta de limpiar lo que dejas. Cansada de aguantar. Y cansada de estar con alguien capaz de algo así.

Cerré la puerta detrás de mí, dejándolo en el silencio del apartamento vacío.

Y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía respirar libremente.

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