Los amigos estaban descansando en la playa cuando de repente un perro corrió hacia ellos y comenzó a ladrar fuerte: una de las mujeres de repente se puso pálida mientras miraba atentamente el pelaje del perro.

Los amigos estaban descansando en la playa cuando de repente un perro corrió hacia ellos y comenzó a ladrar fuerte: una de las mujeres de repente se puso pálida mientras miraba atentamente el pelaje del perro.😨😱

Cinco mujeres, amigas de toda la vida, estaban cómodamente acomodadas sobre grandes mantas bajo el suave sol de un día de verano. Disfrutaban de su merecido descanso, bromeando, compartiendo las últimas noticias y, a veces, en silencio mientras contemplaban el horizonte.

Junto a ellas, en una cesta, había delicias caseras: galletas, fruta y refrescos. Las mujeres rieron y se divirtieron.

De repente, de la nada, apareció un perro mestizo de tamaño mediano, con ojos alerta y pelaje enmarañado. Empezó a correr alrededor del grupo, ladrando fuerte y meneando la cola, pero había algo inquieto en sus movimientos.

— ¡Mira qué lindo! —rio una de las mujeres, ofreciéndole al perro un trozo de galleta.

—Probablemente tenga hambre —añadió otro, lanzándole otra golosina.

Pero el perro ni siquiera miró la comida. Siguió dando vueltas, yendo de una mujer a otra, ladrando cada vez más fuerte. Los amigos se quedaron paralizados por un momento, presentiendo que algo andaba mal.

Entonces uno de ellos, el más observador, palideció de repente:

— Chicas… ¡miren su pelaje!😱😱

(Continuación en el primer comentario 👇👇)

Señaló con mano temblorosa el costado del animal. Entre los mechones de pelaje rojizo había gotas oscuras: sangre.

Las mujeres, al principio sin creer lo que veían, se miraron entre sí y luego se acercaron. Efectivamente, en las patas y el costado del perro había manchas de sangre fresca.

—Dios mío… ¿te duele? —preguntó asustado uno de los amigos.

Pero el perro no parecía herido: no cojeaba, no gemía, no se quejaba. En cambio, de repente saltó y corrió hacia un cabo rocoso.

Los amigos se miraron confundidos y decidieron seguirlo. Rápidamente se levantaron de sus mantas e intentaron seguir los rápidos saltos del perro sobre la arena caliente.

A medida que se acercaban, se les encogía el corazón. En un banco de arena húmeda, junto a la orilla, yacía un hombre inconsciente. Bajo su cabeza había una mancha oscura de sangre, y junto a él brillaba una piedra mojada; probablemente se había resbalado y se había golpeado la cabeza.

El perro corrió hacia él, lo olfateó y volvió a ladrar, como pidiendo ayuda. Las mujeres se miraron con ansiedad, y una de ellas sacó su teléfono y, con dedos temblorosos, explicó la situación a los servicios de emergencia.

—¿Está respirando? —preguntó una de las amigas mientras se arrodillaba.

—Apenas…—respondió otra suavemente, colocando su mano sobre el pecho del hombre.

Las mujeres intentaron mantenerlo consciente, calmaron al perro y esperaron la ambulancia.

El mismo pensamiento rondaba en la mente de cada uno de ellos: si no hubiera sido por este perro leal, nunca habrían sabido que una tragedia se estaba desarrollando a sólo unos pasos de su feliz salida.

Unos minutos después, la sirena de la ambulancia atravesó el aire veraniego. El hombre fue colocado cuidadosamente en una camilla. Las mujeres respiraron aliviadas al ver a los médicos vendarlo.

Y el perro finalmente se permitió relajarse un poco: se acercó a una de las mujeres y se dejó acariciar, como para agradecerle la ayuda.

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