Los transeúntes vieron a una niña en la calle y llamaron a la policía: la niña le dijo al agente que unas voces le decían que se fuera, y señaló la casa al final de la calle.

Los transeúntes vieron a una niña en la calle y llamaron a la policía: la niña le dijo al agente que unas voces le decían que se fuera, y señaló la casa al final de la calle.😱😱

Nadie comprendió de inmediato de dónde venía. Una niña pequeña, de unos seis años, estaba de pie en la acera con un elegante vestido blanco, como si acabara de salir de una fiesta.

La gente se detuvo. Alguien sugirió comprarle agua, otro dijo que llamaran a los servicios sociales. La niña parecía bien cuidada, no como una niña sin hogar. Pero permaneció en silencio, hasta que susurró:

—Oí voces…

Eso puso nerviosos a todos. Finalmente, alguien llamó a la policía.

Quince minutos después, llegó un joven sargento, con los ojos cansados. Se agachó junto a la niña y le habló con dulzura:

— Hola. ¿Cómo te llamas? ¿Dónde están tus padres? ¿Por qué estás aquí sola?

La chica miró al agente y dijo en voz baja:

—Las voces me dijeron que saliera de la casa.

—¿Qué voces, cariño?

El agente quedó horrorizado por lo que la chica dijo a continuación 😱😨(continúa en el primer comentario 👇👇).

—No vi nada. Estaba detrás de la puerta… Primero, un fuerte golpe. Luego, las voces dijeron: “Vete. O morirás”.

Hizo una pausa y luego preguntó:

—Señor, ¿qué significa “morir”?

El agente se quedó helado.

—¿Dónde vives? —preguntó, tratando de mantener la calma.

La niña extendió el brazo y señaló la casa al final de la calle. Una casa de aspecto normal con un jardín delantero. Tranquila, ordenada, con las cortinas cerradas.

El sargento entró. La puerta estaba entreabierta.

Dio apenas unos pasos… y se quedó paralizado.

En el suelo del salón yacía una mujer. Su rostro pálido, sin aliento, sin pulso. Todo estaba claro, incluso sin palabras.

Más tarde se descubrió: el padre de la niña, en un arrebato de ira, había matado a su esposa. Al oír el grito, la niña corrió hacia la puerta del dormitorio, pero no entró. Entonces, entre el pánico y el horror, una voz —la de su padre— susurró:

— ¡Vete! ¡Corre ahora!

Intentó evitarle lo que había hecho. Pero no sabía que ella lo sentiría de todos modos.

Se marchó. Sola. Con su vestido blanco. A la calle, hacia desconocidos, para que alguien la oyera.

Y sobrevivió. De su propio padre, quien se suponía que era su mayor protector.

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