
Antes de la cirugía, el niño abrazó a su perro, pero de repente el animal saltó de la cama y se abalanzó sobre uno de los médicos: todos quedaron horrorizados al comprender el motivo del extraño comportamiento del perro.
La pequeña habitación estaba en silencio. El niño de cinco años yacía sobre una sábana blanca impoluta, con los ojos grandes y cansados. Los médicos les dijeron a los padres que la cirugía era su última oportunidad.
Las enfermeras lo estaban preparando para la anestesia cuando el niño susurró suavemente:
—¿Puede… Archie venir a verme?
—¿Quién es Archie, cariño? —preguntó una de las enfermeras, sorprendida.

—Mi perro. Lo extraño tanto. Por favor… —Los labios del niño temblaron.
—Sabes, cariño, no se permiten animales en el hospital. Estás muy débil, ¿entiendes?… —intentó explicar.
El niño se dio la vuelta, con lágrimas brillando en el rabillo de los ojos:
— Pero yo… puede que nunca vuelva a verlo.
Esas palabras le calaron hondo a la enfermera. Intercambió miradas con sus colegas y, sorprendentemente, asintió:
— De acuerdo. Solo por un minuto.
Una hora después, los padres trajeron a Archie. En cuanto el perro vio a su dueño, corrió a la cama y se acurrucó junto al niño. Por primera vez en semanas, sonrió y abrazó al perro con fuerza.
Los médicos y enfermeras observaban la escena con los ojos humedecidos: la amistad entre el niño y el perro era más fuerte que el dolor y el miedo.

De repente, Archie se puso alerta. Se le erizó el pelo, saltó de la cama y corrió hacia un rincón de la habitación. Allí estaba el cirujano que iba a realizar la operación. El perro ladró con tanta furia que parecía que iba a morder al médico.
—¡Llévense a esta criatura de aquí! —gritó el doctor, retrocediendo.
Los colegas se apresuraron a calmar al perro, pero de repente uno de los médicos miró extrañado al cirujano y finalmente comprendió el motivo del comportamiento del animal. Continúa en el primer comentario.
El médico lo olió… Un fuerte olor a alcohol.
—¡Dios mío…! —susurró el anestesista, mirando al cirujano—. ¡¿Estás borracho?!

Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación. Los padres palidecieron, las enfermeras intercambiaron miradas horrorizadas. Archie seguía gruñendo, como si protegiera a su pequeño dueño.
En cuestión de minutos, todo quedó claro: el cirujano, efectivamente, había acudido a su turno en estado de embriaguez. Fue suspendido de inmediato y perdió su licencia.
La cirugía se pospuso. El niño quedó al cuidado de otro médico y, unos días después, la operación fue un éxito.
Después, todos coincidieron: Archie no solo fue un amigo leal, sino que se convirtió en un ángel de la guarda. Sin él, el desenlace podría haber sido trágico.
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