
Durante la patrulla, vi a una niña pequeña de pie bajo un árbol, llorando: cuando me vio, de repente dejó de llorar e hizo algo extraño.
El turno de hoy empezó como de costumbre. Mi fiel compañero Rex —un viejo pero aún muy atento pastor alemán— y yo patrullábamos tranquilamente las calles de la ciudad. Era una mañana soleada y pocos peatones iban con prisa. Todo parecía normal y ya pensaba que el turno transcurriría sin problemas.
Pero de repente, algo que destacaba en aquella escena pacífica captó mi atención.

Bajo un gran árbol frondoso, a la sombra, estaba una niña pequeña; parecía tener unos cinco o seis años. Le temblaban los hombros, las lágrimas le corrían por las mejillas y sollozaba con fuerza. No había nadie alrededor.
Giré bruscamente hacia el arcén, apagué el motor y, junto con Rex, me acerqué a ella.
—Hola, pequeñita —dije suavemente—, ¿qué ha pasado? ¿Te has perdido?
La chica de repente… se quedó paralizada. Las lágrimas desaparecieron como por arte de magia, y su rostro se volvió sereno, casi demasiado sereno.
—¿Por qué llorabas? —pregunté, agachándome.
Ella guardó silencio. Solo sus grandes ojos se movían de un lado a otro.
—¿Dónde están tus padres? —continué.
De repente, empezó a mirar a su alrededor, como si tuviera miedo de algo o buscara a alguien. Me pareció extraño, pero en ese momento Rex gruñó. Se le erizó el pelo y se le pusieron las orejas tiesas. Siempre había sido amigable con los niños, y este comportamiento me puso aún más alerta.
La niña se quedó inmóvil, mirando fijamente a algún punto detrás de mí. Parecía como si esperara algo… o a alguien. Había algo extraño en ella; dejó de llorar demasiado pronto y permaneció en silencio, indiferente.

Seguí su mirada y entonces noté algo extraño. Fue entonces cuando finalmente lo comprendí todo… Continúa en el primer comentario.
En la esquina había dos hombres. No nos quitaban los ojos de encima ni a mí ni a la chica. Ambos llevaban chaquetas oscuras y tenían el rostro tenso, como si esperaran una señal.
Todo encajó a la perfección en un instante. Era una trampa. Una niña pequeña, sola y llorando: el cebo perfecto para cualquiera que no pudiera ignorar el sufrimiento ajeno.
Alguien se habría acercado, habría intentado ayudar, y la chica habría dado la dirección adonde debían llevarla. Allí, los secuestradores ya estarían esperando.
Llamé rápidamente a refuerzos y fingí hablar con el niño, sin perder de vista la esquina. Pero cuando me acerqué a ellos, los hombres salieron corriendo. Rex los persiguió y yo lo seguí.

Los atrapamos en el patio de al lado. Uno llevaba esposas y una mordaza en el bolsillo; el otro, un cuchillo y un juego de llaves. Más tarde, durante la investigación, se descubrió que estaban vinculados a una serie de secuestros en varias ciudades.
Y la chica… Resultó ser la hija de una de las víctimas. La habían obligado a participar en la trama bajo amenaza de violencia contra su madre. Pero al ver el uniforme de policía, se paralizó y no pudo interpretar su papel por completo.
Y si no hubiera sido por Rex, que presintió el peligro antes que yo, todo podría haber terminado mucho peor.
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