

Antes de casarnos, mi marido y yo acordamos repartirnos todo al 50%, tanto la economía como las tareas domésticas. Pero cada vez que le toca a él hacer las tareas, ¡las sabotea por completo!
Si él cocina, yo me quedo con una montaña de platos y una cocina que parece haber sido azotada por un tornado. Luego me estropeó la sartén buena con utensilios de metal y, en otra ocasión, utilizó limpiacristales en nuestra mesa de madera y la manchó por completo. Y luego, simplemente se encoge de hombros y dice: “Soy muy malo en esto, tú lo haces mejor”, y se deja caer en el sofá.
Pero esta mañana ha sido el colmo. Salía corriendo para una importante reunión de trabajo, cogí mi ropa de la secadora, ¿y adivina qué? Mi jersey favorito encogió porque puso la secadora demasiado alta. Ya estaba harta. Así que llamé a
mi amiga Laura, que trabaja en una tintorería y también es una genia de las “pequeñas venganzas domésticas”.
Le conté todo y me ayudó a idear un plan. Esa tarde, cuando él volvió del trabajo, lo recibí con una gran sonrisa y le dije:
“Cariño, he estado pensando… tienes razón. Yo lo hago todo mejor, pero eso no es justo para ti. Desde mañana, todas las tareas son tuyas, así podrás practicar y mejorar.”
Durante la siguiente semana, dejé de intervenir por completo: él cocinó, limpió, lavó la ropa… y cada vez que se quejaba o metía la pata, simplemente le decía:
“Tranquilo, el secreto es practicar más.”
En tres días, estaba suplicando que volviéramos a repartir las tareas al 50%, prometiendo no volver a “equivocarse” nunca más. Y lo mejor: ahora sabe usar la secadora en modo delicado.
Si quieres, puedo reescribir esta historia en formato gancho + cliffhanger para que atrape desde la primera frase, como las que circulan en Facebook o TikTok.
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