
Un estudiante pobre, por desesperación, se casó con una mujer rica de 76 años, y una semana después de la boda, la mujer le hizo una extraña propuesta.
Artem, de 23 años, apenas podía mantenerse en pie. Su vida se había convertido en una lucha constante por la supervivencia: su madre estaba gravemente enferma y llevaba años sin poder trabajar, y su hermana pequeña necesitaba cuidados diarios, comida, ropa y útiles escolares.
Todos los gastos —medicamentos, tratamientos médicos, facturas, comida— recaían sobre una sola persona. Trabajaba donde podía: de mensajero, cargador y daba clases particulares a otros estudiantes, pero el dinero era catastróficamente insuficiente.

Las deudas crecieron, los intereses se acumularon y cada día Artem se preguntaba: “¿Cuánto tiempo más podré soportar esto?”.
Un día, un amigo le presentó a una mujer peculiar. Tenía 76 años y, a pesar de su edad, conservaba una mente aguda, un gran sentido del humor y un carisma increíble.
Resultó ser multimillonaria, una mujer acostumbrada a la atención y el lujo, pero a la vez sorprendentemente solitaria. En la primera cita, Artem se dio cuenta de que no estaba tratando solo con una anciana rica, sino con una mujer inteligente y segura de sí misma que sabía escuchar y apreciar a su compañera.
Cuando ella le hizo la inesperada propuesta de matrimonio, Artem no pudo dormir durante varias noches. Su corazón decía una cosa, su mente, otra.
Pero ante sus ojos estaban su madre, que necesitaba tratamiento, y su hermana pequeña, que le pedía dinero para útiles escolares. La decisión no fue fácil, pero aceptó.
“Viviré unos años con esta anciana, pero a mi madre y a mi hermana no les faltará nada”, se dijo, convenciéndose de que estaba tomando la decisión correcta.
Una semana después de la boda, Artem ya se había acostumbrado a la vida tranquila, casi fría, en la enorme mansión. Él y su nueva esposa dormían en habitaciones separadas y hablaban poco, sobre todo durante el desayuno o la cena, pero nunca como pareja casada.

Una noche, ella lo invitó a su oficina para hacerle una propuesta inusual que dejó al joven en shock.
Continuación en el primer comentario.
Artem sintió la tensión. Ella guardó silencio un buen rato, mirándolo por encima de sus gafas, y luego dijo:
No tengo herederos. Ni esposo ni hijos. Y entiendo perfectamente por qué te casaste conmigo. ¿Pensabas que no me daría cuenta? Necesitabas el dinero, no a mí.
Artem quiso defenderse, pero ella levantó la mano, impidiéndole decir una palabra.
No te apresures. No te juzgo. Al contrario, respeto tu honestidad contigo misma. Por eso quiero proponerte un trato. Hasta el fin de mis días, estarás a mi lado. Para todos, somos marido y mujer. Pero no te exijo intimidad ni amor. Seguiremos durmiendo en habitaciones separadas. Sin embargo, con una condición: debes serme fiel. Nada de otra mujer. Nada de escándalos. La más mínima sospecha bastará para que no recibas nada.
Hizo una pausa y añadió suavemente pero con firmeza:

Y una cosa más… no desees mi muerte. Si un examen determina que morí de forma no natural, toda tu herencia se destinará a la caridad. No necesito un asesino, sino un compañero leal. Solo alguien a mi lado para no sentirme solo.
Artem permaneció en silencio. Su mente era un mar de alivio por no tener que compartir cama, miedo a las estrictas condiciones y un extraño respeto por esta mujer, que parecía haberlo planeado todo hasta el último detalle.
Piénsalo, Artem. Recibirás más de lo que jamás soñaste. Pero solo si resistes la prueba del tiempo —concluyó.
Comprendió que su respuesta determinaría no sólo el destino de su familia sino toda su vida.
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