
Durante ocho años, el jeque atormentó a sus esposas, quebrantó su voluntad y llamó a estas mujeres su propiedad, hasta que un joven estudiante apareció en su vida e hizo algo terrible.
Durante ocho años, el jeque vivió como si el mundo entero fuera su juguete. La riqueza, el poder y los recursos infinitos lo habían convertido en un hombre que se consideraba dueño no solo de tierras y palacios, sino también de los destinos humanos.
Cada año, su harén se llenaba de nuevas chicas, bellezas de todo el mundo. Algunas llegaban voluntariamente, atraídas por la riqueza y el esplendor; a otras las conquistaba por la fuerza o con engaños.
Pero al jeque no le gustaban. Los rompió.

Para él, cada mujer no era una esposa, sino una cosa, una posesión. En el dorso de cada una, dejaba una marca roja: símbolo de pertenencia.
No era solo un adorno: la marca significaba que habían perdido su libertad para siempre. Ninguna de las esposas tenía derecho a abandonar el harén ni siquiera a contactar con sus familias.
Así continuó durante muchos años. Hasta que un día, ella apareció.
Una joven estudiante, hermosa y orgullosa. Se atrevió a rechazar al jeque. Y eso se convirtió en un desafío para él.
Decidió que la tendría a cualquier precio. Tenía dinero, contactos y un poder ilimitado. Pronto, la chica lo perdió todo: la expulsaron de la universidad, le quitaron la casa a su padre, su madre se quedó sin medicinas y ella misma perdió su trabajo.
No le dieron otra opción. Para salvar a su familia, aceptó casarse con él.
El jeque creía haberla destrozado también, como a todos los demás. Pero no sabía que algo terrible estaba a punto de suceder. Continuará en el primer comentario.
Tras obligar a la joven a entrar en el harén, el jeque estaba seguro de haberla conquistado. Pero, en realidad, ella había optado por otra táctica.
Aprendió a soportar y empezó a idear un plan. Pasó casi un año.

Durante ese tiempo, se ganó la confianza del jeque.
En el harén, había una anciana sirvienta. Al principio, la muchacha solo le preguntó por infusiones inocuas, supuestamente para el dolor o para dormir.
Luego comenzó a preguntar sobre plantas raras del desierto.
Así fue como descubrió las “lágrimas de escorpión”, un polvo elaborado con veneno seco de escorpiones del desierto. En dosis minúsculas, era invisible, pero una vez dentro del cuerpo, paralizaba el corazón. Los síntomas parecían los de un infarto natural.
Pero aún había otro problema: la comida y la bebida del jeque siempre eran revisadas por sus sirvientes personales. Cualquier intento de envenenarlo habría provocado su descubrimiento.
Sabía que si se equivocaba, no solo moriría ella, sino también su madre e incluso su padre. Así que buscó otra solución.
Se le ocurrió una idea, que al principio incluso a ella misma la asustó: tendría que pasar el veneno durante la intimidad.
Y también descubrió un antídoto, que podía elaborarse a partir de la raíz de una planta amarga llamada “lágrima de Adán”.
Lo preparó en secreto y tomó pequeñas dosis hasta que su cuerpo se acostumbró.
Esa noche, el jeque estaba especialmente alegre. Bebió vino, rió y, como siempre, se deleitó con su poder.

Cuando por fin estuvieron solos, ella hizo algo que él nunca esperó: lo besó primero. Durante un largo rato. En ese instante, una diminuta partícula de polvo, oculta en su mejilla, pasó a su boca junto con su saliva.
El jeque no notó nada. Pero unos minutos después, su rostro cambió. Intentó ponerse de pie, pero sus piernas ya no le obedecían.
Pronto se desplomó en el suelo, jadeando. Los sirvientes entraron corriendo, pero ya era demasiado tarde. Nadie sospechó de la chica: todos creían que el jeque había muerto de un infarto.
Y la muchacha lo supo: a partir de ese momento, nunca más volvería a romper otra vida.
Để lại một phản hồi